El texto que acompaña esta ilustración impresa explica que el maíz “es sumamente beneficioso tanto para los sanos como para los enfermos; es fácil de cultivar, crece abundantemente y sin ningún riesgo en casi cualquier lugar donde se planta, y apenas es susceptible a los daños de la sequía y los rigores del clima; con este grano se puede aliviar el hambre y todos sus males” (Varey 2000:111).
Antes de la invasión española, Mesoamérica albergaba una población numerosa y próspera. Esto fue posible gracias a métodos de cultivo agrícola resistentes a la sequía y de alto rendimiento, en particular el uso de chinampas, terrenos de siembra construidos sobre lagos que producían hasta siete cosechas por año. También las plantas alimenticias mesoamericanas fueron clave para el éxito demográfico: el maíz, por ejemplo, es muy nutritivo y proporciona grandes cantidades de carbohidratos tras una temporada de crecimiento bastante corta. De hecho, cuando se introdujo el maíz en Europa, provocó una explosión demográfica.
El maíz fue una de las muchas plantas alimenticias americanas que se popularizaron a nivel mundial después del encuentro colonial. El tomate, el cacao, el chile, la vainilla, la piña, el maracuyá y la granada son tan solo algunas de las plantas americanas que se han convertido en ingredientes básicos de las cocinas de todo el mundo. Los beneficios a la salud de las plantas alimenticias americanas continúan descubriéndose: la reciente manía por los llamados superalimentos le ha presentado al mundo plantas que los indígenas americanos han consumido durante siglos, como la chía, la espirulina y el amaranto.
Imagen
- Francisco Hernández. Rerum Medicarum Novae Hispaniae Thesaurus. 1648. P. 243. Courtesy of HathiTrust.
Véase también
- Ortiz de Montellano, Bernardo R. “La dieta azteca: Fuentes de alimentos y su valor nutricional.” In Medicina, salud y nutrición aztecas, 122–47. Madrid: Siglo XXI, 1993.
- Varey, Simon, ed. The Mexican Treasury: The Writings of Dr. Francisco Hernández. Translated by Rafael Chabrán, Cynthia L. Chamberlin, and Simon Varey. Stanford: Stanford University Press, 2000.